Día de muertos
Era el otoño en Londres y hacía frío. También había niebla. Rumbo a casa esa noche, como todas las noches, tomé la Central line con dirección Hainault. Del último vagón en que viajaba y en cada nueva estación al detenerse, se comenzaron a bajar los pocos y abrigados pasajeros de esa hora.
Al pasar por Stratford, únicamente yo continuaba recostado en el asiento de en medio. Con tedio y con cansancio repasaba mentalmente el nombre de las estaciones que aún faltaban para llegar a mi destino. Casi al momento de cerrar las puertas y al levantar la vista, vi entrar como si las atravesara, una bella mujer, alta, vestida toda de negro. No alcanzaba a mirar su cara, pero por su cabello largo, también negro y por sus manos delgadas, me pareció hermosa y distinguida.
Se sentó en un extremo sin mirar para nada y entonces con el vaivén del tren, el vestido se le abrió dejando ver unas hermosas pantorrillas blancas y torneadas. Atraído por aquella extraña figura, estuve a punto de avanzar hacia ella, pero un desconocido temor me impidió levantarme.
En escasos minutos llegamos a la estación de Leyton y la mujer se levantó para bajar. Tuve la sensación de que el tren ya había arrancado y que las puertas se habían cerrado, cuando ella descendió.
Me asomé sorprendido a la ventana y la vi deslizarse como si caminara, o mejor como si flotara entre las sombras. Su negro vestido resplandecía con algún ligero rayo de luz de una luna que se aparecía entre las nubes y se sumergía entre las tumbas. Entonces, me recordé de aquel antiguo cementerio que se encuentra entre aquella estación y Leytonstone.
Y en ese justo momento, en que ya casi eran las 12 de la noche, con un cierto y breve escalofrío, me percaté que era 2 de noviembre y que en mi lejano país, era Día de Muertos.
Londres, noviembre 2 de 2005.
Al pasar por Stratford, únicamente yo continuaba recostado en el asiento de en medio. Con tedio y con cansancio repasaba mentalmente el nombre de las estaciones que aún faltaban para llegar a mi destino. Casi al momento de cerrar las puertas y al levantar la vista, vi entrar como si las atravesara, una bella mujer, alta, vestida toda de negro. No alcanzaba a mirar su cara, pero por su cabello largo, también negro y por sus manos delgadas, me pareció hermosa y distinguida.
Se sentó en un extremo sin mirar para nada y entonces con el vaivén del tren, el vestido se le abrió dejando ver unas hermosas pantorrillas blancas y torneadas. Atraído por aquella extraña figura, estuve a punto de avanzar hacia ella, pero un desconocido temor me impidió levantarme.
En escasos minutos llegamos a la estación de Leyton y la mujer se levantó para bajar. Tuve la sensación de que el tren ya había arrancado y que las puertas se habían cerrado, cuando ella descendió.
Me asomé sorprendido a la ventana y la vi deslizarse como si caminara, o mejor como si flotara entre las sombras. Su negro vestido resplandecía con algún ligero rayo de luz de una luna que se aparecía entre las nubes y se sumergía entre las tumbas. Entonces, me recordé de aquel antiguo cementerio que se encuentra entre aquella estación y Leytonstone.
Y en ese justo momento, en que ya casi eran las 12 de la noche, con un cierto y breve escalofrío, me percaté que era 2 de noviembre y que en mi lejano país, era Día de Muertos.
Londres, noviembre 2 de 2005.